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Francisco Luis Romay

Francisco Luis Romay

Nació en la ciudad bonaerense de Chascomús el 21 de junio de 1888 y murió en Buenos Aires el 23 de mayo de 1972. Perteneció a la Policía de la Capital Federal –desde el 24 de diciembre de 1943, Policía Federal– y en ella realizó una brillante carrera, desde su ingreso como telegrafista designado en 1906 por el famoso coronel Falcón, hasta su jubilación en 1934, con el grado de comisario, que fue luego revisado y llevado al de comisario inspector.

Sin olvido de sus funciones profesionales, mientras las ejerció, Romay fue primordialmente un historiador y un historiógrafo. A él se debe la Historia de la Policía Federal y, entre otros trabajos no menos importantes, Las milicias del fuego (1955), Breve historia de los bomberos voluntarios de La Boca (1962), Juan Hipólito Vieytes (1962), Historia de Chascomús (1967) y El barrio de Monserrat (1971). A ellos debe agregarse su participación, junto a Leoncio Gianello y Ricardo J. Piccirilli, en la redacción de los tomos del Diccionario histórico argentino (1953), amén de innumerables publicaciones periodísticas, disertaciones y conferencias.

Frecuentó la bohemia porteña de artistas, músicos y escritores. Tuvo trato y amistad con Pierina Dealessi, Enrique Muiño, Alfonsina Storni y el escultor Vergottini, quien hizo su busto y la viñeta de varios de sus libros. Fue amigo de Benito Quinquela Martín y de Alberto Gerchunoff. En el diario El Argentino de Chascomús, en el que Romay, en ausencia del tipógrafo lo reemplazó en sus funciones, fue redactor y hasta director. Ocasiones hubo en que, debido a su actividad periodística, fue detenido por el gobierno de turno.

Había reunido, durante sus largos años de estudioso, una rica biblioteca de alrededor de 6.000 volúmenes, que en 1965 donó a la Policía Federal y de la que esta institución publicó, en 1966, un completo catálogo.

El 21 de diciembre de 1962, el comisario Romay –que pertenecía ya a importantes instituciones científicas– se contó entre los diez escritores que firmaron el acta fundacional de la Academia Porteña del Lunfardo. Al asignarse los sillones académicos le correspondió el colocado bajo el patrocinio de Carlos Mauricio Pacheco. Lo ocupó con gran dignidad y singular espíritu de disciplina hasta el día de su muerte.

En 1968, cuando cumplió su octogésimo aniversario la Academia le ofreció, en la residencia de quien era su secretario, don José Gobello, un agasajo que recibió con gran emoción, junto a su compañera Blanquita Zanelli. No faltó nunca a las sesiones académicas, y su temperamento polémico ponía en ellas un cariz singular.