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Aníbal De Antón

Aníbal De Antón

Nació en San Pedro (provincia de Buenos Aires) el 6 de junio de 1922 y murió en la misma ciudad el 23 de enero de 1990. A su muerte el pueblo de San Pedro impuso el nombre del poeta a la casa familiar donde habitaba.

Fue un poeta espontáneo, hondamente lírico, que creaba su poesía pausadamente y elaboraba sus versos con delicadeza de orfebre. Aunque se llamaba a sí mismo “humilde rimador autodidacta” y sustentaba a su familia con el jornal de obrero pintor, era hombre de acendrada cultura, dueño de una biblioteca envidiable y de trato personal muy comedido. En una velada organizada por el académico Luis Alposta en una galería de San Telmo Aníbal De Antón leyó magistralmente un hermoso poema. Estaban escuchándolo, poco menos que absortos, cuando Joaquín Gómez Bas tocó con el codo a José Gobello y le dijo al oído: “Hay que hacerlo académico”. Presentado por el académico Alposta, fue designado Académico Correspondiente en San Pedro el 6 de noviembre de 1982. Visitó luego muchas veces la casa académica y envió inteligentes y útiles comunicaciones oportunamente impresas y difundidas.

En 1955, de Antón publicó su primer libro de poesía, Del barro a la luna, y veinte años más tarde, Gorriones de humo, a propósito del cual dijo Ernesto Sábato que “Aníbal de Antón es uno de esos poetas que Buenos Aires ignora con su característica insolencia; extraño al resentimiento, con genuina humildad, sigue murmurando su poesía. Noble, criolla y pacientemente”. Un tercer libro publicó el poeta, cuando ya pertenecía a la Academia, Alquilo soledad (1985).

El lunfardo no es ajeno a esos poemas, que abandonan el tono querencioso y pueblerino para asumir otros, irónico y a veces canchero, o canchereado, según se dice a veces, con preciso adjetivo. Póstumamente, en 1994, se publicó Oda final a Carlitos, con prólogo de Luis Alposta. Luis Ricardo Furlan advirtió la peculiaridad de esa obra, “cuya trascendencia acaso supere los propósitos del propio autor”. Allí surgen imágenes vivenciales, sensaciones compartidas, esa inagotable frescura de la originalidad, mezclada con la ternura, la nostalgia y cierta reconvención de la realidad más sólida e impredecible.

Luis Alposta vio en Aníbal de Antón un poeta de raza, un poeta que supo hacer de su auténtica vocación el motivo de su vida y José Gobello agregó, al rendirle homenaje en sesión académica: “La poesía de Aníbal de Antón fluía de su vida a sus versos. Trato de decir con esto que el poeta no era el otro yo de nuestro querido cofrade. La apacibilidad de su poesía era la misma serenidad de su espíritu, que a veces se hacía versos y otras, afectuosa conversación”.

Desde 1991, la calle donde vivió los últimos 24 años lleva su nombre.

En 1996, la viuda y la hija del poeta editaron Aire de fueye, que trae a la vez la sostenida quejumbre del bandoneón y la alacridad de coplas saltarinas.