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Ovidio Cátulo González Castillo

Ovidio Cátulo González Castillo

Nació en Buenos Aires el 26 de agosto de 1906 y murió en la misma ciudad el 19 de octubre de 1975. Fue su padre José González Castillo, dramaturgo de enorme prestigio y patrono de uno de los sillones de la Academia.

Músico intuitivo aún, en 1923 puso música a Organito de la tarde, versos de su padre, que obtuvo el tercer premio en el primero de los concursos organizados por Max Glücksmann, realizado en 1924. Este tango fue estrenado por Azucena Maizani y rápidamente se convirtió en un clásico.

Cuando advirtió que el estudio debía acompañar a la inspiración, se inscribió en el Conservatorio Municipal de Música, donde recorrió un brillante itinerario que culminó cuando fue designado director de ese establecimiento y creó la cátedra de bandoneón, que confió a Pedro Maffia. Por entonces, compuso gran número de tangos para letras ajenas: la primera parte de Silbando (1923), El circo se va (1925), Aquella cantina de la ribera (1926), La violeta (1929), Corazón de papel (1930), Música de calesita (1930), El aguacero (1931). En 1928, formó una orquesta integrada por los tres hermanos Malerba (Carlos, Alfredo y Ricardo), Miguel Caló y el cantor Roberto Maida. Con ella, se presentó en varios países de Europa y de África del norte.

Después de la muerte de su padre (el 22 de octubre de 1937), fue abandonando la composición musical para responder a su brillante inspiración poética. A esta segunda época corresponden composiciones memorables: Tinta roja (1941, música de Sebastián Piana), María (1945), Patio mío (1951), El patio de la morocha (1951), Una canción (1953) y esa pieza singularísima en la que el tango canción parece alcanzar el cenit: La última curda (1956, al igual que las anteriores, música de Aníbal Troilo). Uno de sus éxitos postreros fue El último café, música de Héctor Luciano Stamponi, con el que ganó el certamen organizado por la firma Odol en 1963.

La poesía de Cátulo se distingue por el empleo de rimas internas, que aumentan la musicalidad del verso, y ciertos amagos surrealistas que se quedan en amago.

Cátulo Castillo completó con Homero Manzi y Homero Expósito una tríada de modernizadores de las letras del tango. Dejó dicho Héctor Negro: “Cátulo Castillo fue el hombre de SADAIC en el compromiso gremial y en la solidaridad, el de la mano tendida y generosa, el de todas las Marías que lo siguen amando, en los perros de ensueños atorrantes que él amó y protegió, el de aquel Boedo irrepetible”.

Fue elegido Académico de Número y titular del sillón «Alberto Vacarezza» en setiembre de 1965. Pasó a Académico Emérito mediante la resolución del 6 de junio de 1992.