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Julio César Ibañez

Julio César Ibañez

Nació en Ranchos, provincia de Buenos Aires, el 29 de noviembre de 1914 y murió en Buenos Aires el 17 de setiembre de 1971.

Dedicado a la carrera docente, concluyó sus estudios en la famosa Escuela Normal de Profesores «Mariano Acosta», de Buenos Aires. A los 22 años ya era profesor en el Colegio Nacional de Junín; de allí pasó, a los 35, a la dirección de la Escuela Normal Mixta de Olavarría. Para entonces se desempeñaba como profesor de Filosofía de la Educación en el Instituto Superior de Pedagogía. Cultivaba también la poesía, y algunos de sus poemas fueron publicados en el suplemento literario del diario La Nación y en la revista El Hogar. En ésta apareció, en 1938 su poema “Angelus”, en el que anticipa su muerte tan temprana: “Señor, yo no quiero morirme todavía. Si todo se muriese, yo partiría regocijado. Pero es que allá lejos aún florecerán los ríos. Y seguirá arrullando el trigo. Y los poetas seguirán hablando su clarísimo lenguaje de nieblas”.

Ibáñez permaneció en su labor olavarriense hasta 1955. Aquel año se radicó en Buenos Aires, donde desempeñó diversos cargos vinculados a la enseñanza. Dedicó entonces un tiempo más vasto a interesarse por la poesía popular y por el tango, que le debían ya varias composiciones de corte tradicional, escritas con la colaboración de O. R. Peña y publicadas en 1946.

Al proponerlo para Académico de Número –cargo que comenzó a desempeñar, desde el sillón «Celedonio Esteba Flores», el 18 de julio de 1964–, dijo Luis Soler Cañas: “Poeta de alto vuelo, es uno de los no escasos intelectuales argentinos que no ha publicado libro alguno”. Continuó escribiendo, sin embargo, aunque sólo muy pocos amigos fueran destinatarios de sus versos. Según el testimonio de uno de éstos, Darío Mariano Olmo, “la muerte, que lo engayoló antes de tiempo, le impidió dar cima a un trabajo que estaba elaborando, una antología de poesía lunfarda que llevaría como título Pancarpia arrabalera”.

Al despedir sus restos en nombre de la Academia, dijo Tomás de Lara: “Artista de la música y del verso, de excepcional oído y gusto, apreció en la creación popular los ricos elementos de una cultura que confluía con la de su sangre. La enfermedad le impidió acumular obra impresa, en los años de una madurez intelectual de riquísimos matices. Pero lo mejor de Ibáñez era su calidad humana”.