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Francisco P. Laplaza

Francisco P. Laplaza

Francisco P. Laplaza nació en Buenos Aires el 31 de abril de 1900 y murió en la misma ciudad el 25 de octubre de 1989. Fue uno de los mayores expertos en Derecho Penal por los años en que vivió.

Obtuvo su título de abogado el 26 de diciembre de 1934 y se doctoró en jurisprudencia el 1° de octubre de 1949 mediante una tesis calificada sobresaliente (felicitado). Ya en 1936 fue profesor adscripto de Derecho Penal y régimen carcelario en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional de La Plata. Fue el comienzo de una brillante carrera docente que culminó cuando entre 1958 y 1962 se desempeñó como decano en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Paralelamente Francisco Laplaza cumplió una larga trayectoria en el Poder Judicial, donde en 1944 se inició como secretario de juzgado y entre 1976 y 1979 y luego entre 1980 y 1983 fue fiscal ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal, que integró como camarista en 1979.

La nómina de trabajos y publicaciones del doctor Laplaza es muy numerosa e incluye un ensayo titulado Antecedentes de nuestro periodismo forense hasta la aparición de “La revista criminal” (1873), así como una Introducción a la historia del derecho penal argentino (1950). En esa obra que, como el mismo autor lo dice, siguió el rumbo trazado por Ricardo Levene, el primero en sustentar la originalidad del derecho argentino, incluye la mención de los dos famosos artículos periodísticos de Benigno Baldomero Lugones publicados en La Nación en 1879, cuyo texto sería reproducido por José Gobello en Lunfardía (1953).

En sesión secreta del 7 de agosto de 1971 la Academia Porteña del Lunfardo eligió a Laplaza miembro de Número y titular del sillón «Nicolás Olivari», cargo que desempeñó hasta su muerte. Al incorporarse ceremonialmente a la institución pronunció un recordado discurso que tituló Los laburos y los días. Entre otras cosas dijo entonces: “Si morir es sólo el destino físico de todos los mortales, las musas no permiten el fin de los elegidos, de quienes merecieron sus favores y honores. La solitud se esfuma para convertirse en luminosa trayectoria hacia el mundo donde confluye el conocimiento de otros mortales.

Dijo de Laplaza el Académico de Número don Enrique Mario Mayochi en la sesión del 5 de noviembre de 1989, dedicada a honrar al ilustre amigo desaparecido: “ Dotado de una sólida formación humanista y poseedor de una biblioteca que por su vastedad excedía los términos comunes, incursionó largamente por los caminos propios tanto del idioma español como de nuestro lunfardo y otras jergas, teniendo para esto a su favor un afinado conocimiento de varias lenguas europeas. Bien sabemos del fervor que ponía en toda discusión lingüística, campeando en todas sus intervenciones orales o en sus presentaciones escritas una ironía que en ocasiones solía asumir características sangrantes. Si su incorporación a nuestra Academia Porteña del Lunfardo constituyó en su momento un reconocimiento a sus muchos méritos, su participación en la vida de nuestra institución, hasta que su declinante salud se lo permitió, fue uno de los últimos consuelos que le brindó la providencia.

Al aceptar su designación como Académico escribió Laplaza: “Hace un par de meses manifesté a nuestro secretario, José Gobello, que me sentía antiacadémico por temperamento. Sin embargo, no creo contrariar mi manera de ser y de ver aceptando ahora la grata compañía de ustedes en la corporación que supieron formar, en razón de que el eventual academicismo queda neutralizado, en gran parte, por el permanente contacto con los jugos nutricios de lo popular y lo porteño”.