César Tiempo

Nació el 3 de marzo de 1906 en el n° 8 de Scakóvaia Úlitza, Ekaterinoslav (Ucrania) y murió en Buenos Aires el 24 de octubre de 1980. Llegó el 12 de diciembre cuando sólo tenía 9 meses y 9 días y fue registrado como Israel Zeitlin. A los 15 años adoptó el seudónimo que usó durante toda su vida, según él mismo solía recordar.

En 1924, al alcanzar la mayoría de edad, obtuvo formalmente la ciudadanía argentina. Ese mismo año editó su primera revista, Sancho Panza, de la que sólo aparecieron dos números. La notoriedad le llegó en 1926 cuando publicó, con el seudónimo Clara Beter un libro de versos que tituló Versos de una… se trataba de una superchería literaria, ya que la tal Clara Beter era un personaje de su imaginación y los poemas los había escrito él mismo. Pese a ello aquellas páginas no carecían de valor literario.

Después de haber compilado con Pedro Juan Vignale la Exposición de la actual poesía argentina (1922-1927), publicó su propio poemario, Libro para la pausa del sábado, que obtuvo en 1930 el Primer Premio Municipal de Poesía. Con el importe de esa recompensa viajó a España, donde permaneció un año y concurrió asiduamente a la tertulia literaria de Rafael Cansinos Assens. Fue el mismo Cansinos quien, con Enrique Méndez Calzada, le prologó su segundo libro, Sabatión argentino (1933).

De ahí en más alternó la poesía Sabadomingo (1938), el teatro (Pan criollo) (1937) y el cinematógrafo, en el que se desempeñó como guionista (Safo, 1943) y el periodismo (La vida romántica y pintoresca de Berta Singerman y Yo hablé con Toscanini, 1941). Estos nombres apenas constituyen una pequeña muestra de una obra infatigable que se desarrolló durante 56 años. Y supo desarrollar pese a sus largos viajes y a sus frecuentes estadas en el exterior.

Tiempo militó largamente en el famoso grupo Boedo y el 24 de febrero de 1964 aceptó mediante una nota despachada desde Bruselas la designación de Académico de Número que le había hecho llegar la Academia Porteña del Lunfardo. A ésta institución consagró hasta su muerte su amor y su tiempo. Allí encontró nuevos amigos y colegas que lo admiraban desde hacía mucho tiempo.

“César Tiempo fue –dijo José Gobello– nuestro maestro total: maestro de poesía, porque la suya era limpia y original, leve y honda como su mirada; maestro de prosa, porque la suya nos deslumbraba, pero al modo que se deslumbran los bichitos cuando se precipitan al carozo de la luz que es el fuego. La pedrería lujosa de su escritura no era bisutería; no nos despistaba de su pensamiento y de su sentimiento, que en él era más o menos la misma cosa. Y la Académica de Número Cora Cané dijo a su vez: “Sin vanidad, sin envidias, impulsó la labor de los jóvenes autores, y fue defensor ardiente de la causa de la cultura y de la libertad. «Un país sin libros –decía– es un país sin libertad». Amaba la vida y confesaba: «Les tengo miedo a las arañas de la vejez y a las moscas del hastío». Y mientras se reía bonachonamente de los ‘tirifilos de la literatura’, aseguraba que la fanfanorrería nacional no tiene remedio. César Tiempo rigió su vida por el amor a las artes, a la literatura, a la poesía, a los nobles ideales, a la amistad”.