Arturo Lagorio

Arturo Lagorio nació en la ciudad bonaerense de Chivilcoy el 6 de marzo de 1892 y murió el 15 de agosto de 1969. “Sensibilidad, cultura, inteligencia, bondad, estaban en Lagorio como la flecha de Zenón en el espacio. Conversador polifónico, sólo él hubiera sido capaz de seducir a Penélope con su elocuencia fabulosa”. Esto escribió de él César Tiempo, que fue su contertulio amigo.

Su iniciación literaria ocurrió con El traje maravilloso y otros cuentos a Chalito (1923), que le franqueó no sólo las páginas de La Nación, sino también las tertulias literarias. Los poemas en prosa de Las tres respuestas (1925) afirmaron su naciente prestigio.

En 1927, durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear, fue nombrado cónsul en Nápoles, y hacia aquella ciudad se dirigió llevando también el cargo de corresponsal de La Prensa. Allí cumplió una intensa labor cultural, y su carácter abierto y generoso le conquistó muchas amistades entre lo más conspicuo de la intelectualidad italiana. Posteriormente tuvo otros destinos diplomáticos en España, donde estuvo durante las postrimerías de la guerra civil. Allí hizo hondas y duraderas amistades con personalidades de la talla de Ramón de Valle Inclán y Ramón Menéndez Pidal.

Tras una permanencia en el exterior que se prolongó durante más de veinte años, regresó a Buenos Aires. En esta ciudad publicó, en 1962, su obra más importante, Cronicón de un almacenero literario, del que escribió Tomás de Lara: “El que quiera conocer algo de la pequeña historia de nuestra literatura que lea la obra. Pasará ratos encantadores”.

El 2 de octubre de 1963, Nicolás Olivari propuso a Lagorio para académico numerario. “Su erudición notable, sus conocimientos idiomáticos, su vasta cultura en todos los órdenes, harán de él un miembro eficaz”, vaticinaba. Así fue. Elegido Académico de Número y titular del sillón «José González Castillo», animó con notable facundia y avasalladora simpatía no sólo las sesiones, sino también las tertulias de café con que ellas epilogaban. Su sucesor en el sitial académico, don Miguel Ángel Lafuente, le dedicó en 1983 una valiosa monografía titulada La obra de Arturo Lagorio.