Hoy estamos despidiéndonos de Héctor Negro (Buenos Aires, 27/03/34 – 15/09/15), poeta desde siempre; el de la gorra y el morral; el gorrión; el autor de tangos memorables. El hombre solidario. El que en Un mundo nuevo, nos decía: «Dame el brazo bien fuerte y caminemos, / que otro mundo distinto / hoy tengo para darte.»
Negro ha sido el poeta de la esperanza. El que escribió: «Yo me saco la mufa con mate amargo / y me lavo las muecas con luz de sol.»
El que gustaba «apostar por la vida»:
«En este viaje
De llegada y despedida,
De crepúsculos y auroras
De esperanzas no cumplidas.
En este juego
De la eterna recorrida,
Por el llanto y por la risa
Por la pena presentida.
En esta suerte
De pulseada con la muerte,
Apuesto por la vida…»
La suya ha sido una voz en la que poesía y pueblo se unen, una voz de conciencia colectiva, dejándonos una obra pensada y escrita para ser cantada por todos.
Es la prueba más fuerte de que el lenguaje es vida. Y el arte por excelencia que utiliza el lenguaje, es la poesía. Y poesía es lo que hallamos en toda su obra.
En su condición de porteño medular, Héctor Negro supo poner siempre el acento en los temas de la ciudad a la que tanto quiso.
Hombre de fidelidades a ideas y personas; quien lo haya tratado bien sabe de su bonhomía y generosidad.
No me voy a extender ahora en la importancia de su obra; en sus ensayos sobre la canción; en su labor periodística; en los premios obtenidos; en la fundación del grupo literario El pan duro; en la fundación del Círculo de Poesía Lunfarda; en la revista Buenos Aires, tango y lo demás; en su compromiso con la divulgación cultural y la docencia; ni a recordar los títulos de sus tangos. Pero sí los invito a releerlo y a escucharlo.
Estamos despidiendo al poeta y al amigo, aunque alguien dijo que «los poetas no empiezan a vivir hasta que mueren».
Entonces, querido Negro, seguirás estando entre nosotros.
Luis Alposta